Como cada semana, he recibido mi colorida cesta de verdura ecológica y para mi sorpresa, había 1 escarola tan preciosa como enorme.

Tenía pensado hacer una ensalada con ajos fritos, aceite y vinagre como la que nos hacía mi madre. Pero al ser tan increíblemente grande, he tenido que barajar otras opciones para aprovecharla enterita durante el resto de la semana.
Así que me he acordado de que aquí en Granada, hay una receta muy típica de sopa de escarola ¡y dicho y hecho!

Eso sí, antes he tenido que llamar por teléfono a mi asesora culinaria (o sea, mi madre) que me aconseja en todas esas recetas antiguas que hoy en día estamos perdiendo, desgraciadamente.
El problema es que mi madre tiene esa forma de cocinar de antes en que se hacía todo a ojo, y a veces cuando le pido una receta, no hay manera de que me diga cantidades exactas.
Yo soy cocinera y en mi trabajo, tenemos que trabajar con recetas ajustadas para que todo salga a la perfección, así que me he acostumbrado a apuntarlo todo todo, cada cantidad y cada corrección.
Y claro, mi madre habla en otro idioma, el idioma de la intuición, el idioma de los sabores y los aromas, el de ese sexto sentido que te dice que el plato está listo así porque sí.
Pero aún así, una vez recibidas las pertinentes e imprecisas instrucciones, me he puesto manos a la obra. Y la verdad es que es una sopa muy sencilla y apetecible para uno de esos días, en que como hoy, está nublado y se te mete el frío en los huesos.
Y una vez que la tenía ya marchando con su majaíllo de almendras, ajo y pan frito, me ha invadido un olor conocido que hacía mucho tiempo que no percibía.
Un olor que me ha transportado a mi infancia, a esa cocina de antes, de hogar, de reconfortante hogar … ha sido un pequeño instante de reencuentro y de pura felicidad, y he comprendido que ya no había duda de que mi sopa iba por buen camino.

Porque si algo he aprendido de mi madre a lo largo de los años, es que si un guiso huele bien, sabrá aún mejor.
No en vano me ha regalado sin saberlo, infinidad de aromas que permanecen en mi memoria como un mapa de olores que siempre me ayuda y me guía cuando cocino.
Ahora comprendo que es un regalo que no tiene precio y en la era de los alimentos precocinados, me pregunto: ¿recibirán dicho regalo las próximas generaciones?
Ojalá que sí, ojalá que en las casas siga oliendo a ajo frito, a salsa de tomate casera, a puchero y a cazuela de fideos …

